Cuando él llega, yo no sé nada,
ni quiero saber.
Me sobran lunas, viento, poesía…
océanos, cielo, universo…

Cuando él llega, no existe nada.
Cuando él llega… todo es él.

©Flora Rodríguez

Al sabor del viento

Surcar azules en tu mirada,
en el andén donde espera el retoño
la lluvia de la melodía,

bailar de un suspiro la luna
desnuda al sabor del viento,
pintar el cielo con tu sonrisa

y dibujar en el blanco horizonte
el latido de algún que otro instante
volando a la inmensidad.

©Flora Rodríguez

Conjuros

-Mamá, ¿qué te pasa?
-Nada, cariño. Pensaba que estaría genial tener una varita como la del Doraemon ese que estás viendo.
-¿Para qué?
-Pues para hacer magia.
-No te hace falta, mamá. Tú ya haces conjuros.
-Ah, ¿sí?
-¡Claro! Cuando escribes tus poemas. Estás todo el rato: bis bis bis bis bis…

©Flora Rodríguez

Nota: Habitualmente escribo en el aire. Lo hago mientras realizo otras tareas, por lo que en casa voy bisbiseando hasta que puedo escribir en el blog o apuntar en algún sitio. Si hacéis lo mismo, que sepáis que para mi hijo de diez años, hacéis ¡conjuros! 🙃

Vivimos en un mundo
que separa
tierra, mar y cielo;
pero yo siento que tengo dos patas,
cola de pez…
y dos alas.

©Flora Rodríguez

Cómo

Cómo…
Cómo contar lo inexplicable
Cómo traducir en palabras
lo que no existe dentro de la lógica
Cómo mostrar el alma
Cómo decirle que ya me latía…
incluso antes que el corazón.

©Flora Rodríguez

Blancos de espera

Hay días blancos como la nada,
blancos como salas de espera
o blancos como el silencio
que habita en los hospitales.

Días donde nunca oscurece
y el sol hiere.
Tanto ruido en blancos de espera…

Es entonces cuando sus ojos
suplican una respuesta
para preguntas como mañana
o por qué
o muerte.

Y yo que escribo y tanto escribo
no encuentro una sola palabra
apta para su consuelo;
no hay ninguna que sea Dios.

Y algunos ojos merecen a Dios…
un Dios que nunca aparece.

©Flora Rodríguez

Un regalo calentito

Cuentan las leyendas que una vez hubo una guerra entre Mente y Corazón. Dicen que Mente era inteligente, pero fría como el hielo. Corazón, en cambio, era ardiente, navegando siempre en océanos de sentimientos. Corazón no se rendía. Y Mente tampoco, nunca cesaba de torturar al pobre Corazón.

Una noche, de esas increíbles que poco suceden, los planetas se alinearon y firmaron la paz. Mente, tan altanera, no regaló nada a Corazón. Este, sin embargo, feliz del nuevo camino, le regaló como agradecimiento el más cálido de los amaneceres.

«¿Y qué pasó , abuelo?»

Se derritió.

©Flora Rodríguez