En la aurora, el candor se inflama
y tu aliento penetra en la arcilla
de las vasijas de mi oquedad.
Arranca el adormecido tiempo,
coronando en el aire el desnudo
del primor subyacente al caído.
Látigo a fuego en cada premura,
instigando al aumento de savia
cual corriente bravía animal.
Los búcaros al fin derraman,
a la par que dilatan tus fauces
en un desespero inhumano
de aplacar, antes del sol,
algo más que la sed.
©Flora Rodríguez